Creo un espacio sin muchas pretensiones más que el de compartir y opinar acerca de lo que veo desde esta pequeña tierra del tereré, situado en el corazón de América del Sur. ¡Pulgares arriba!

sábado, 3 de agosto de 2013

¡Gracias por todo, Rey de Copas!

Me tomo el tiempo para enfriar la mente y escribir unas líneas después de una semana y pico de días de la vuelta de la final de la Copa Libertadores. Jugaba el Club de mis amores, aquél cuyos colores ya vestía de chico, con la primera camiseta que me regalaba papá, y cuyo nombre solo me inspiraba emoción y orgullo: El Olimpia. Tuve la dicha de verle alzar la Copa al gran Julio César Enciso cuando solo tenía 9 años, y después de tanto tiempo, volvía a estar de nuevo a un paso de volver a revivir ese momento.

¿El escenario? El Estadio Mineirão, situado en Belo Horizonte, Brasil. Allí se iban a jugar los últimos 90 minutos (En realidad fueron 120) de lo que prometía ser un gran partido de fútbol, cuerpo a cuerpo, pelota tras pelota, por la gloria. En Asunción ya se palpitaba ese aire de ansiedad, con los titulares en los diarios, entrevistas en medios radiales, banderas y camisetas reluciendo en cada esquina, y el nombre del Decano en boca de todos. Hacía tiempo que no era testigo de semejante euforia, alegría y optimismo. Escuchar a ex jugadores dar su testimonio, y sobre todo a Osvaldo Domínguez Dibb, ex Presidente del Club, hablar con tanta pasión y tanto amor por el Olimpia, era sencillamente inigualable.

Los nombres de los 11 gladiadores ya estaban dichos. Olimpia iba con una ventaja de 2-0 después de un gran partido en Asunción, que quedó grabado en la memoria de unos 32.000 hinchas que palpitaron lo que fue, una noche de ensueño en el Defensores del Chaco. Pero nada estaba dicho. En un ambiente de suma hostilidad, que ya superaba los límites del fanatismo, Olimpia irrumpía sobre el gramado de juego. Apenas era el comienzo de lo que se iba a convertir en una larga batalla. Un error defensivo permitió la llegada del primer gol del Atlético Mineiro, lo que me dejó con el corazón a medio latir. Todavía no perdíamos la chance de gritar "Campeón", pero el riesgo de no hacerlo era mucho mayor. 

Empujado por toda su hinchada, que convirtió al Estadio Mineirão en una verdadera caldera, al minuto 41 del S.T. llegaba el segundo gol que significaba el empate, y que todavía quedaban 30 minutos más por jugarse.
Olimpia contaba con solo 10 jugadores, ya que Manzur había salido expulsado, y todavía tenía que dar pelea. Lo único que quedaba era aguantar para, de ser posible, llegar a los penales. El Atlético Mineiro atacaba y atacaba, mientras que el Olimpia se defendía en cuanto podía. Aunque parecía una hazaña imposible de lograr, después de media hora que pareció eterna, el árbitro Roldán daba el pitazo del final, que sólo significaba el comienzo de la definición de la historia desde los 12 pasos.

Particularmente, pienso que es la peor instancia de todas para vivirla, tanto para los jugadores como también para los hinchas. Es ponerse en manos del azar y la suerte, y en realidad no soy de los que creen o esperan en ellos. Pero forma parte de las reglas del juego, y ya no quedaba más que simplemente alistar a los pateadores, y arengar a los arqueros para que hagan un último esfuerzo. Olimpia estaba abajo en la serie, y llegaba el turno de Matías Giménez. El árbitro autoriza, Giménez se acerca, patea, y aunque mi instinto quería ver la pelota contenida entre las redes, lo que mis ojos veían era como rebotaba después de haber impactado en el vértice del arco, y acto seguido el grito ensordecedor de los hinchas del Atlético Mineiro viendo a su Club coronarse Campeón.

Olimpia había perdido por 4-3 en la serie de los penales, y con ellos también la ilusión de levantar la Copa Libertadores, tal como lo habían hecho en los años 1979, 1990 y 2002.
Me quedé en silencio, mudo en compañía de los amigos con los que me había reunido a ver el partido, pensativo y tratando de dar crédito a lo que estaba viviendo. Ver los rostros de los jugadores, exhaustos, llorando y con las manos cubriéndose los ojos, de alguna manera me llevaba a caer en la cuenta del dolor que también sentía yo por dentro.
Pero en ése silencio, solo pensaba en lo mucho que debía agradecer a cada uno de ellos.
Gracias por devolver la ilusión de sentirnos Campeón a tantos paraguayos y paraguayas, después de tener que vivir la eliminación de nuestra Selección del próximo Mundial.
Gracias, porque a pesar del enorme sacrificio y todas las dificultades que tuvieron, lograron creer que era posible llegar lejos.
Gracias por inspirar a los hinchas y ser el primer Club en Sudamérica en realizar un mosaico en 360º.
Gracias por dejarnos en claro cómo se suda una camiseta dentro de la cancha.
Gracias por darnos la alegría de disfrutar tanto del fútbol, que al momento de festejar no importa regalar un abrazo a un desconocido en la cancha.
Gracias por enseñarnos el valor del compañerismo y tenerle siempre presente a Sebastián Ariosa, que hoy día está jugando el partido más importante de su vida.
Gracias por levantar el nombre de nuestro Club y volver a ponerlo en lo más alto de América.
Gracias, porque también nos muestran que el amor y la pasión son capaces de vencer cualquier obstáculo.
Gracias por no ser sólo un equipo, sino una gran familia.
Gracias por recordarnos que con humildad, se pueden lograr las más grandes hazañas.
¡Gracias a todos y cada uno de ustedes, por engrandecer al Olimpia!